El sabor de la noche estaba todavía en mi boca. Pasos agigantados me sobresaltan. Siguen. Siguen. Se acercan. Siguen. ¿ Es mi corazón? Esos estruendosos golpes que siento. La adrenalina no tarda en fluir invade cada parte de mi ser, corrompiendo el virginal estado somnoliento.
De un salto me incorporo al mundo “real” dejando mi cama a un lado; sigilosamente camino, pero no puedo mantener esta postura y la rompo, corriendo como un estúpido. Sigo los sonidos.
Abro la puerta.
Creo que mi cara dice todo, con mi boca abierta y mi cabeza inclinada 45 grados.
Dos. Eran dos.
No lo puedo explicar, dos. Dos. Gigantes, Colosos, como quieran llamarlos.
Abatiéndose mutuamente, tratando de golpearse. En mi patio. Colosos, con cabezas enormes que casi ni diviso. Sus manos se balancean de una manera tan torpe destruyendo todo a su paso; todo esto en mi patio.
La desolación es descomunal, más bien, ellos lo son.
Uno en su mano derecha aprieta un extraño garrote que desliza sobre su hombro en forma altanera; es más, este tiene cuernos en su cabeza o eso es lo que mi vista me permite observar.
El otro creo que manipula un especie de hacha, y sus cabellos largos se confunden con una extraña cola que esta deshaciendo la casa de los López.
Se detuvieron.
Mi ingenuidad me hizo una presa fácil, me tropiezo. Soy un idiota.
El Coloso taurino, se agacha apoyándose sobre su rodilla, acerca su cabeza; lo que le toma un tiempo. Me mira. Respira y esta acción me voltea.
Sus ojos enrojecidos parpadean; y regresa de una forma bastante torpe a su posición anterior.
El otro Coloso sigue desde arriba toda la empresa abordada por su rival y apoya su hacha sobre el piso; volteando la medianera.
Creo que se emocionan; se observan y lo disfrutan. Su mirada cómplice indican que no había ira entre ellos; solo testosterona.
Las Bestias no estaban luchando, No se estaban despedazando, solamente jugaban como niños que son. Creo que en algún momento lo entendí; estos hermanos jugaron en el patio equivocado y abrieron la puerta equivocada, como lo hice yo.
Ahora yo soy su juguete. Se avecina el momento donde alguno de los dos me ajusticie.
Mi patio, es el fin de laberinto y yo, no soy Teseo.
De un salto me incorporo al mundo “real” dejando mi cama a un lado; sigilosamente camino, pero no puedo mantener esta postura y la rompo, corriendo como un estúpido. Sigo los sonidos.
Abro la puerta.
Creo que mi cara dice todo, con mi boca abierta y mi cabeza inclinada 45 grados.
Dos. Eran dos.
No lo puedo explicar, dos. Dos. Gigantes, Colosos, como quieran llamarlos.
Abatiéndose mutuamente, tratando de golpearse. En mi patio. Colosos, con cabezas enormes que casi ni diviso. Sus manos se balancean de una manera tan torpe destruyendo todo a su paso; todo esto en mi patio.
La desolación es descomunal, más bien, ellos lo son.
Uno en su mano derecha aprieta un extraño garrote que desliza sobre su hombro en forma altanera; es más, este tiene cuernos en su cabeza o eso es lo que mi vista me permite observar.
El otro creo que manipula un especie de hacha, y sus cabellos largos se confunden con una extraña cola que esta deshaciendo la casa de los López.
Se detuvieron.
Mi ingenuidad me hizo una presa fácil, me tropiezo. Soy un idiota.
El Coloso taurino, se agacha apoyándose sobre su rodilla, acerca su cabeza; lo que le toma un tiempo. Me mira. Respira y esta acción me voltea.
Sus ojos enrojecidos parpadean; y regresa de una forma bastante torpe a su posición anterior.
El otro Coloso sigue desde arriba toda la empresa abordada por su rival y apoya su hacha sobre el piso; volteando la medianera.
Creo que se emocionan; se observan y lo disfrutan. Su mirada cómplice indican que no había ira entre ellos; solo testosterona.
Las Bestias no estaban luchando, No se estaban despedazando, solamente jugaban como niños que son. Creo que en algún momento lo entendí; estos hermanos jugaron en el patio equivocado y abrieron la puerta equivocada, como lo hice yo.
Ahora yo soy su juguete. Se avecina el momento donde alguno de los dos me ajusticie.
Mi patio, es el fin de laberinto y yo, no soy Teseo.